
Buen toreo y emoción en la despedida de San Isidro

Balance: ovación y ovación
Ganadería: Parladé
Madrid, el lugar donde todo comenzó y donde más han disfrutado de la pureza y la profundidad del toreo de El Cid, vivió con emoción la despedida de este torero de la feria de San Isidro. Madrid le recibió con una cálida ovación. Y le despidió con otra. Entre estas dos ovaciones, una tarde sin triunfo pero con la satisfacción íntima del deber cumplido y de dejar atrás una impresionante hoja de servicio que, de no ser por la espada, rozaría casi la decena de puertas grandes. Madrid es plaza de El Cid y lo ha sido hasta el último día. La pena es que sus toros no le ayudaran más, porque la intención del torero fue darle a esta afición lo que ella sabe que puede reclamarle: ese toreo que tantas tardes hizo crujir los cimientos de Las Ventas.
La tarde comenzó bien. El de Salteras usó con suavidad el capote en el toro que abrió plaza, templando a la verónica y rematando con una torerisima larga a una mano. Inició la faena doblándose y dejando preciosos muletazos por bajo. Siguió una templada serie de mano baja y mucho temple y compostura, excelentes derechazos sintiéndose el torero. Cambió a la zurda y el toro fue más remiso por ahí. Volvió a la derecha y levantó de nuevo el tono de la faena con dos series muy rotundas, ligadas y muy templadas que caldearon el ambiente. La faena apuntaba a esas alturas a un triunfo. Todavía volvió a intentarlo al natural pero el toro no había mejorado. Pero la espada no funcionó bien y la ilusión no se consumó.
El cuarto superaba los 600 kilos y salió pensándoselo mucho, de modo que impidió el lucimiento con el capote. El Cid brindó al Rey emérito y se fue a los medios a comenzar la faena ligando una buena serie con la derecha, citando desde muy lejos y engarzando muy bien los muletazos. En las siguientes siguió toreando con la mano derecha, desmayándose más en la tercera tanda, cuando ya el torero toreaba para sí mismo, como apurando los últimos sorbos de su carrera en Las Ventas. Al natural el toro bajó de intensidad, de ahí que volviera a la diestra, encontrándose ya con una embestida carente por completo de emoción. El final sí que la tuvo porque Madrid sacó a saludar al maestro, que visiblemente conmovido agarró un puñado de arena y lo besó. Hasta siempre, Madrid.